Nota a la intolerancia

En la soledad me siento, arrinconado, atado a tu intolerancia.

Has hablado de mí tantas veces, pero nunca has tomado un segundo para decirnos quién realmente eres.

Crees que me lastimas cuando contra mí lanzas tus mentiras. Crees que la palabra de los hombres, no de Dios, tienen el poder para encarcelarme en los prejuicios que han creado tus iguales en otros siglos.

Crees que eres valiente al tratar de desnudarme frente a los demás para que vean lo más íntimo de mi ser. Te crees poderoso porque hablas de Cristo, porque recitas las palabras que dicen que él dijo, pero eres débil para ponerlas en práctica. Te falta coraje para amar lo que no comprendes. Tu entendimiento está cerrado a lo que ha pautado la clase gobernante, la misma que pretende llevar a cabo una inquisición en esta era.

Tus palabras solo vuelan al aire, pero no penetran la conciencia de las almas que se conmueven por el “amor al prójimo”, expresión utilizada por Jesús para iluminar al mundo, pero que tú desconoces.

Si eres tan puro, si eres tan santo, ¿por qué no nos cuentas lo que haces cuando nadie te está mirando? ¿Por qué no nos dices la verdad de tus noches?

Háblanos de tus mentiras, esas que utilizas para manipular a creyentes de palabras vacías que yacen en la Biblia.

Sí, ese libro sagrado que ha servido de amparo para quienes buscan propagar la maldad sobre la faz de la Tierra.

Sé que piensas que blasfemo al decir estas cosas, pero me importa un bledo lo que pienses o dejes de pensar. Ningún libro, por sagrado que sea, puede estar por encima del amor y la compresión entre seres humanos.

Parece que todavía no te enteras de que tu jardín de odio se marchita cada vez que insistes en destruirme, y que tus días son más cortos mientras maldices mi nombre…

Mira tus manos, tus dedos… son parte de ti y no son iguales.

Dime, ¿por qué te molesta que yo sea diferente?

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